miércoles, 11 de marzo de 2009

Herman Parret: entre la visión y el tacto


Un tema desarrollado en el seminario que Herman Parret nos brindó recientemente (ver publicaciones anteriores), fue la diferencia entre la estética y arte oculocentrista y su opuesto, la estética del tocar o del ojo que acaricia.

Para expresarlo en pocas palabras, el oculocentrismo ha sido la tradición central (mainstream) de la estética y del arte. Paradigma de este modo de entender el arte fue el trabajo de Gianbattista de Alberti, en la obra Della pittura, que inaugura toda una época en la historia del arte occidental, y que plantea las bases de la perspectiva que "debe" ordenar toda imagen figurativa. Se explota el poder de "el ojo que ve", que construye una pirámide visual, haciendo que la distancia entre el observador y lo observado sea fijo, y que la luz sea estable. Se trata, en suma, de una mirada que se separa de lo observado, una mirada, o posición de observación "objetivante". Esta mirada plantea una distancia necesaria para la construcción de aquello que se mira, la "objetivación" sólo es posible con una distancia "máxima". En este sentido es pertinente, el análisis que realizó Parret de una pintura con el tema de la Anunciación, realizada por Domenico Veneziano durante el quattrocento, en donde se aprecia la pirámide central que organiza la perspectiva.

Este oculocentrismo, es toda una epistemología, que propone a la vista como la capacidad sensorial por excelencia entre todos los sentidos. Y las separa de las otras habilidades sensoriales.

Podemos afirmar, semióticamente hablando, que se trata de una estrategia de desembrague.

De otro lado, existe toda otra epistemología que se funda en la experiencia del tocar. Aquí el tacto se pone en la cima de jerarquía sensorial, y es esta experiencia la que ordena la sensorialidad en general. Incluso en la visión se trata de "la mirada que toca". Es Nietzche quien acuña el término oculocentrismo, precisamente para criticarlo duramente como paradigma de pensamiento occidental, como mito de la "transparencia", "pureza", o "neutralidad" de la mirada. Es una crítica dura a una filosofía de caracter "escópica".

Nietzche se ubica en un paradigma alternativo, un sensualismo radical que permite apreciar todos los sentidos; un sensualismo que destrona al ojo y reevalúa y pone en un lugar superior los sentidos llamados "íntimos" (el gusto, el olfato y el tacto). Esta apreciación implica la revalorización de la sensación interna del cuerpo (no del cuerpo material o fisiológico), de un cuerpo vivido.



En cualquier experiencia sensorial, este paradigma táctil, marca una cercanía necesaria, una intimidad indispensable que organiza las experiencias, incluso la visual o la auditiva. Se trata, en suma, de la integralidad del cuerpo vivido, que se deja atrapar en un cruce sensorial - sinestésico - de lo que se presenta a los sentidos, y es integrado constantemente en ese cuerpo.

Por eso Nietzche prefería tanto a un escultor como Canova, aquí en la obra "Las Tres Gracias". Porque la finura del trabajo de Canova son una constante invitación a tocar, incluso a acariciar la tersura de esa superficie que emula la piel humana.

Dicho semióticamente, se trata de un embrague, de la construcción de una cercanía necesaria, para la vivencia del cuerpo, y el reconocimiento de cualquier presencia.

No se trata sólo de dos formas de sentir, sino de dos epistemologías o paradigmas que organizan la estética, la filosofía e incluso la ciencia.




Fotografía de Parret: Pipo García Contto
Fuentes: Apuntes de presentación de Herman Parret, incluyendo material visual

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